Un viernes más vamos en busca de un local donde comer. Esta vez el local lleva apenas 2 meses abierto y le tengo muchas ganas.
Lo encuentro sin problemas. El local es una bodega restaurada: tiene azulejos, neveras y otros detalles de su anterior vida. Tiene un regusto a lo antiguo aunque lo actualizado entra en consonancia con todo lo que había. Me gusta, es acogedora.
Llego pronto y me dejan escoger una mesa de dos. Son extremadamente pequeñas adornadas con unos tapetes de ganchillo diferente en cada una de las mesas y que están debajo de un cristal.
Me pido una copa de vino blanco y espero la llegada de Andrés. Al final, llega. Se había perdido y ha estado dando vueltas por el barrio. Cuando llega ya le he pegado un vistazo a las cartas y se qué vamos a comer. No hago caso del menú que tienen para comer porque quiero probar los platos que tienen en carta.
Como compañero de mesa nos pedimos un vino de Madrid 30.000 maravedíes del 2015 un vino con un 90% de garnacha y un 10% de otras uvas sin especificar. La primera botella viene con corcho y quien nos atiende, lo ha notado oliendo el corcho. Así que nos retira la botella y trae otra. Esta viene sin ningún problema. Vino con una nariz armónica, sin estridencias, buena entrada en boca y una persistencia correcta, con un punto dulzón al final. Será un buen compañero de los platos que vamos a disfrutar.
Esta vez no pedimos plato fuerte...o todos lo son. Queremos probar muchas de las delicias que he leído en la carta y quien nos atiende nos quita la idea de pedir el plato fuerte. Fantástico que nos aconsejen.
Pero vamos a lo importante.
Nos traen un cestillo con rebanadas de pan. Unas empanadillas de chipirones en su tinta: buen bocado. También viene unas impresionantes crestas de gallo con langostinos: tremendo plato. Las crestas supertiernas; los langostinos con las crestas hacen un matrimonio perfecto y la salsa...la salsa nos recordaba el sabor de la chistorra y/o los callos. Un plato redondo como hacía tiempo no encontrábamos.
Oreja a la plancha sobre patata ahumada y mojo de hierbas. Crujiente, cremoso, suave, sabroso, natural, especiado todo en cada bocado. Rico rico.
Queríamos probar la anguila ahumada pero nos dicen que hoy la presentan con morro. Y decimos que adelante. ¡diosmio! platazo donde los haya. El morro tierno, suave, cremoso, la anguila sabrosa, tersa. Un contraste impresionante. Plato imperdible.
No sabíamos si pedir otro plato o dos postres. Nos inclinamos por dos postres. Una deliciosa mouse de chocolate con rocas de regaliz y tremendo biscut de glacé de frutos secos caramelizados (no soy golosa pero este postre está soberbio).
Andrés remata la comida con su consabido ristreto mientras remato los últimos tragos del vino.
Muy buen sitio para los amantes de la cocina con productos de casquería.